martes, 31 de enero de 2012

Ahí va el capitán Beto, por el espacio o Mi mano derecha se bautizó de cerveza

Una sombra sin metáforas, vacía de imágenes,
una sombra que sólo era una sombra,
y que con eso tenía más que suficiente.
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes.


En tres horas yo venía de volar, llegué a la calle, siete treinta pe eme, el ruido de los cohetes anunciaban el inicio de la tradicional callejoneada, gente-geeente, ¿y mi amiga?, vi a Adán, platicamos, pregunté, fui a buscar, encontré más gente, regresé y todos estábamos listos, cerveza gratis. Soy la persona más lenta del mundo, o al revés, siento que todos son muy lentos y las cosas pasan debajo del agua, caminando con un cielo negro de estrellas entre nosotros, en estos momentos es cuando realmente llega la muerte; no como esta noche cuando la aceptamos con simpatía en los altares y decidimos sacarla del cementerios para hacer de su anonimato flores, llanto y música; la muerte es la pequeña ciudad que se autodestruye dentro de nosotros, no nos engañemos; la respiramos todo el día, este día, primero de noviembre, es sólo el pretexto para armar una fiesta; alegre, triste, destinada a morir de un momento a otro, como la vida, o la muerte que celebramos.

Soy flaco por imitación, pero bueno, mi esnobismo deja meterme entre la gente sin ningún temor para alcanzarmás rápido el alcohol. Hay dos callejoneadas. Una quiere conocer los altares instalados en puntos estratégicos del Centro Histórico para revivir la tradición que dice que el mexicano tiene la virtud de reír y hermanarse con la muerte, hasta el punto de hacerla motivo de gozo, encontrar la ausencia, agarrarla del cuello, abrazarla, llenarla de risas y colores. Y mientras la tradición quiere revivir para nosotros, los gringos la viven, la admiran, la añoran pues finalmente encuentranlos vestigios del México encantador que les contaron perdido en las calles de la ciudad.

La otra; cerveza y música. Sobra decir qué es lo que queremos. La calle Constitución se llenaba, trajinamos con dirección a la playa, llegamos, sólo yo pude pasar un poco más lejos de la muralla de personas, tomé tres vasos y los repartí, estiré la mano calculando que la espuma ya la hubieran servidoa alguien más, mi vaso y mi mano derecha se bautizaron de cerveza oscura, me alejé de la carreta, platiqué, y seguí caminando por calles muertas de tráfico, acuchilladas de ilegalidades, y llena de rumores blancos como la saliva de un ebrio joven
cruzando el Paseo Olas Altas: voy en mi cuarto trago continuo, se sienten en mi cabeza, los demás no se cuántos llevarán, me olvidé de la gente por estar pegado a la carreta, conseguir que te llenen dos vasos seguidos no es fácil.

Tratamos de seguir las carretas calle abajo. Sixto Osuna conecta a la Plazuela Machado con el mar, tal vez entrábamos al museo. A esa hora, el cometido inicial del evento se iba transformado poco a poco; de las ofrendas, el papel picado, las veladoras y los retratos, el peregrinaje del recuerdo y la reflexión tímida sobre la muerte, las muertes, nuestras muertes diarias en la soledad y la indiferencia fue cambiando: eran tres cometas a) burro, b) cerveza y c) ebrios sedientos. Seguimos a los astros que derramaban alcohol por sus heridas y nosotros bebíamos su dolor para no morir de hambre. Ya todos se veían un poco más “alegres”, incluso yo veía alegres a los burros que jalaban la carreta, a los niños de siete años que tenían trabajando entre alcohol y ebrios, a los vecinos que al despertar encontrarían sus banquetas olorosas a cerveza y excremento de burro, flores, vasos, botes, colillas de cigarro en sus maceteros, ruido, ¡ruido!, ¡RUIDO! Qué va, todos éramos una fiesta… mazatlecos con alguna hache entre la lengua, (mi amigo tenía en su mano tres vasos, mientras pedía uno más) éste es el espíritu de delirio que da la callejoneada con su música y gente unida por el alcohol, es único. Carnaval es marketing y dinero seguro, hola Gobierno.

Seguíamos por calles históricas e histéricas de música y arquitectura, años de vida, muertes altas, días secos y largos, donde los atardeceres se aburren de soledad, y en el calor se ponen a jugar con su sombra. Eran las ocho de la noche, y las carretas casi llegaban a su final, o lo sentíamos así, pasamos nuestro periplo entre un museo y un bar de gringos, donde es raro si hablas español. El canto de los grillos ha muerto. Terminamos en la calle Carnaval, algunos van detrás de las carretas a mendigar un poco de cerveza; cometas, heridas, sangre, borrachos. El contacto directo con el rostro de las personas no se da en la caminata, pero cuando la música cae al asfalto, todos volteamos a vernos las caras en un gran vidrio con pedazos de confusión, ¡qué hacer, a dónde ir! La cera de las veladoras y el naranja del cempasúchil quedaron apenas como una estampa borrosa, confundida entre los rebuznos. Aquí nos ramificamos, pero todos terminamos en una calle paralela al comienzo de la caminata, una U de alcohol y música sinaloense.



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Crónica publicada originalmente en la revista cultural Mantarraya, No. 3:
http://issuu.com/mantarrayaartecultura/docs/mantarraya_no_3/49

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